domingo, 22 de enero de 2012

Luz y calor.

La Luna. Faro en las noches despejadas y temor de algunos cuando se avecina tormenta. No siempre fue blanca y redonda.
Cuenta una leyenda que antes de que ningún ser pisase esta tierra, la Luna era una masa amorfa en el cielo. Llena de irregularidades y aunque se intentara describir, no se hallarían palabras existentes para expresar su presencia. 
Nada que ver con lo que podemos mirar ahora cada noche. La dama blanca. Poesía para el poeta. Confidente para un preso.
Pero no todo era completamente diferente. 

< Brillaba tenuemente por las noches mientras perseguía a su amado Sol, pues esa era la obsesión de la Luna.
Cada noche salía en su busca pero nunca le daba alcance, o bien amanecía muy deprisa o anochecía muy temprano. Pero eso nunca la detuvo. Tan fuerte era su amor por él que una vez cada muchos años conseguía alcanzarlo y pasar unos minutos junto a él.
En una ocasión tardó más de lo habitual el darle alcance y empezó a impacientarse. No sabía porque sucedía eso. ¿ Quizá el Sol ya no quería verla más ?
Para aclarar sus ideas descendió un poco hacia el mundo de los mortales pero a medio camino se vio reflejada en las aguas terrenales y detuvo su descenso. Una lágrima recorrió su cara al recordar, después de tanto tiempo, como era. Sin forma. Sin belleza. No era digna del astro rey. 
Después de tanto tiempo tras él y preguntándose porque no la esperaba, supo que la gran bola de luz y calor no podría soportar estar al lado de alguien sin un ápice de grandeza como ella.

Y a pesar de eso, no pudo dejar de seguirlo. Pero sabía que no era digna, así que mientras hacía su camino, iba atrapando estrellas del firmamento y frotándolas contra ella para así conseguir una forma que le pudiese gustar al Sol.

Tras muchos, muchísimos años, la Luna se hizo más pequeña y redonda, con su forma bien definida pero con un sin fin de marcas en su blanca cara por la acción de las estrellas y un buen día, volvieron a encontrarse.

El Sol la miró extrañado pues grande había sido el cambio aunque la reconoció de inmediato:

- Casi no os reconozco bella dama. Nublais con discreción la mente de este viejo astro para ahora mostraros en todo vuestro esplendor.

Ella, extrañada por su naturalidad no dijo nada. No sabía que pensar después de tanto tiempo sin cruzar ninguna palabra con él así que lo más probable es que se hubiera aburrido del juego en el que participaban desde hacía tanto. Miró con firmeza al Sol.

- Falta la confianza habitual en vuestro comportamiento.- dijo el Sol brillando intensamente- y me temo que os debo una disculpa. Se cuanto tiempo he estado ausente, lejos de vuestras atenciones y cuidados y aunque creáis que nada de lo que diga serviría, he aquí una razón.

La tomó de la mano y ambos descendieron, hasta una distancia prudente, al mundo mortal. Entonces la Luna se percató de algo en que no había reparado la ultima vez que vio su rostro reflejado : el mundo estaba lleno de vida. Agua que fluía en arroyos, verdes colinas junto a campos de amapolas. Animales que volaban de rama en rama y canturreaban deliciosas melodías, otros menos hermosos pero igual de interesantes y complejos.
Se miraron.

- Todo esto es para vos. Los he hecho crecer con mi calor y mi luz. Todo este tiempo que he pasado lejos ha sido para que un día, miren hacia arriba y te hagan, como yo, su dama. >

lunes, 9 de enero de 2012

El peso del altruista.

Contaron durante años las lenguas más afiladas, que desde el otro lado del Río Limos y bordeando la franja oriental de Aliecia, un noble de perfil misterioso visitaba cada pueblo, ciudad o asentamiento donde hubiera un mínimo de veinte personas a la luz del día. 
Decían que él mismo se jactaba de poseer una bolsa mágica de la cuál por muchas monedas que quitase, siempre estaba llena. Lo que nadie cuenta es como a pesar de poseer infinidad de plata, cobre y oro, el soberano entre pobres no podía quitar más de tres de una vez y ese impedimento era confundido con discreción y humildad allá por donde pasaba.

Mucho le atormentó no poder gastar más que una moneda de oro, una de plata y otra de cobre cuando quisiera. Así que se echó al camino sin mirar atrás.

Pasó por las ciudades de Roesen y Gov. Por pueblos como Nia o Reda. Cruzó el Limos. Visitó el viejo límite sureño de Iuit y contempló desafiante sus murallas de roble. Pero lo único que cuentan de él, además de que visitó toda la civilización conocida y por conocer, era que siempre realizaba el mismo ritual.
Al llegar caminando sin vacilar a uno de esos muchos lugares en los que había estado, se quedaba plantado en mitad de la calle más transitada. Estaba allí con la mirada perdida hasta que en algún momento pasaba alguien pidiendo limosna. Despertaba como de un sueño, se dirigía hacia esa persona hinchando el pecho y con una estruendosa voz cultivada en las mejores habitaciones de cualquier palacete extravagante, recitaba siempre la misma frase imprudente :

- Una moneda de cobre para quien la pide. Una de plata para quien la da. La última de oro para quien no hace nada de esto otro.

Mientras decía esto metía la mano en su bolsa mágica. Tiraba una moneda de cobre a quien se la había pedido, se guardaba una de plata en su bolsillo y tiraba en mitad del camino otra de oro viendo como, sorprendidos, los aldeanos se enzarzaban entre puños y patadas para cogerla.

Así pasaron los años. Los rumores se extienden más rápido que el viento y mientras el noble iba andando sin prisa pero sin pausa hacia su siguiente destino, en Aliecia todo el mundo estaba atento por si lo veía aparecer en su calle.

Y pasó. Pasó por muchas calles. Más de las que cabría decir. Repartió más monedas de las que un Rey soñaría con tener en sus sueños si estos durasen tres días y tres noches. Pero como pasa siempre, el camino terminó. Si bien es grande Aliecia, no es infinita. Nada lo es.

El último lugar conocido por el hombre se encontraba pasado el Puente de Piedra. Un lugar, si bien complicado de encontrar, más todavía si cabe describirlo. Un lugar llamado... quizá en otra ocasión. De momento se llamará "Final del trayecto".

Como en todas sus anteriores muestras de poder y magnanimidad, recurrió a su pregón antes de soltar el dinero :

- Una moneda de cobre para quien la pide. Una de plata para quien la da. La última de oro para...

Pero mientras deslizaba en sus bolsillos una de plata, años y años de acumular monedas se los habían llenado hasta hacerlos muy pesados y ni su portentoso cinturón soportó la carga.

La calle estaba atestada. Todos y cada de sus aldeanos, expectantes después de tanto tiempo de rumores y habladurías sobre un mecenas generoso, rompieron a reír ante la visión de... su gran altruismo.
Rojo como un tomate el noble vació sus bolsillos lo más rápido que pudo. Se subió los pantalones con la rapidez de un ciervo asustadizo y por primera vez desde que partiera, echó a correr como alma que se lleva el viento dejando tras de si montones y montones de monedas de plata.

Cegado por su propia vergüenza, el noble no pudo volver a aparecer en público y se convirtió en un ermitaño que poseía toda la riqueza imaginable en el mundo.

Mientras tanto, en "Final de trayecto", los ancianos siguen contando a sus nietos la historia del Noble    que casi fue altruista, mientras el cálido sol de invierno se refleja en los charcos de sus humildes calles.

martes, 27 de diciembre de 2011

Flin Un Diente, El Valiente

La historia de como Flin pasó de ser llamado "ese" a "El Valiente", no es si no un tropiezo ridículo. Como cuando no te das cuenta de que un árbol está ahí, hasta que es demasiado tarde y llegas de noche a casa con bellotas enredadas en el pelo.
Flin tan solo era un chico olvidadizo y curioso. Vago de profesión. Con veinte años ya había amasado una pequeña fortuna timando vecinos y extranjeros poco avezados. Siempre buscando aventura, siempre llevando sus "negocios" al límite.
Pero no era suficiente.
La pequeña ciudad de Siem, que apenas contaba con un gobernador muy influenciable y poco trabajador, agobiaba al chico como una soga ajustada al cuello pero que no hace daño. "No hasta que me quiten el apoyo de los pies"- solía decir Flin. 
Su mirada se posaba más allá del horizonte y ni el sol más brillante lo cegaba. Tantas noches bajo las estrellas planeando cual sería su primer destino en el viaje : Gov tenía sus enormes calles del mercado, serpenteando arriba y abajo con lo cual terminabas hecho polvo de hada cuando apenas habías visto tres o cuatro puestos. En Tinsagoa se reunían cada dos meses los más ilustres mandatarios regionales para disfrutar de la danza de "La compañía de la luz inquieta", una agrupación que reunía a los mejores bailarines de toda Aliecia. Pero no es confundáis, en esta ciudad también hay gente que trabaja duramente. Podría seguir enumerando lugares donde Flin quería dar sus próximos pasos, pero solo un lugar entre todos despertaba su mayor interés.
El puente de piedra.

Un muchacho que reside en la población más pequeña de Aliecia no suele tener la oportunidad de una buena educación o de leer en exceso. Pero es en estos sitios donde, si agudizas el oído, puedes enterarte de más cosas que las que están descritas en los libros. La gente habla, las ropas hablan, los ojos hablan y Flin tenía una inherente facultad para descifrar lo que dicen esas cosas.
Sobre puente de piedra había oído mil historias y ninguna a la vez. Ni una sola vez escuchó su nombre pero él sabía que ese era el lugar "donde suceden todas las cosas".
No pasó mucho tiempo hasta que nuestro futuro héroe emprendió su viaje buscando el lugar donde suceden todas las cosas... pero al contrario de lo que ocurre en las historias de viejos, no todo sale como uno querría, así que Flin no llegó a dar un paso fuera de Siem, al menos por el momento.

El motivo por el que Flin fue encontrado junto al cadáver de Ilicen, gobernador de Siem, y otro hombre es tan simple como una despedida.

No puede decirse que nuestro joven fuese el mayor ejemplo de la decencia y quizá por eso tendía a llevarse bien con aquellos situados en el poder. Ya desde pequeño Ilicen lo había tomado como su ayudante personal para los momentos en los que iba a Tinsagoa en esos viajes de trabajo tan bien enmascarado como placer. Realmente Flin no tenía ninguna obligación salvo la de acompañar al gobernador y usar con inteligencia su labia para que este no se sintiera menos que cualquier campesino ni un solo momento del día.
Todo esto viene a encontrarse en el momento equivocado y en el lugar equivocado. O no.

Después de despedirse en la granja de su familia echó a andar hacía el centro de la ciudad. Hacía la mansión ( y diciendo mansión me quedo corto ) de Ilicen. Por el camino paró a comprar un poco de jabón de aspecto rosado con la juguetona idea de que el hombre que lo había tomado como su ayudante, comprendiera la gracia una vez él estuviera bien lejos de su alcance.
Una vez dentro de la mansión lo hicieron esperar. Pero estamos hablando de Flin. ¿Qué significa "espera"? Se coló en la primera puerta que encontró para llegar hasta el salón de invitados y desde ahí cruzó con sigilo dos salas más hasta llegar a las segundas escaleras, las cuales curiosamente solo eran de plata, para los sirvientes. Al llegar arriba entró por la segunda puerta trasera, la que usaban los cocineros para subir urgentemente algún pedido especial cuando Ilicen se despertaba en mitad de la noche con hambre.
Todo estaba a oscuras. Las ventanas cerradas y ni una vela. "Pues nada mejor que esconderse tras una cortina de rojo y dorado para asustar al bueno de Ilicen"- pensó el travieso Flin-. "Son poco más de las tres de la tarde y este hombre de soberana amplitud todavía estará comiendo"
También él había comido hace poco y una habitación cerrada a cal y canto en Siem era sinónimo de caldera. Al poco rato se quedó dormido apoyado contra la pared de piedra y arropado por el soñador rojo de las pomposas cortinas.

Cuando despertó no sabía donde se encontraba. Tardó un buen rato en abrir los ojos, desperezarse y recordar que hacía enrollado entre lo que parecían sábanas celestiales. Entonces vio desde su escondite una luz que parpadeaba en la estancia. Se preparó y salió de un salto.

- ¡¡ En nombre de Dios un gobernador que trabaj...!!

No llegó a terminar la frase pues pisó el jabón que le había traido a su amigo y que había resbalado de sus manos mientras dormía y sus dientes terminaron de hablar contra la cabeza de un hombre que armado con un enorme cuchillo hacía frente al gobernador. Antes de llegar al suelo y mientras caía, Flin vió a Ilicen sujetándose el pecho con cara de gran sufrimiento. Una vez se desplomó, todo se volvió negro.

Lo despertó quizá un rato después, quizá una eternidad, uno de los esclavos de la mina de Ilicen acompañado del alguacil y una veintena de personas que no había visto o no reconocía en ese momento. Todos asombrados, con una cara de espanto y se fijó porque.
El gobernador yacía tumbado boca abajo, obviamente muerto. Un poco más allá estaba un hombre vestido completamente de negro al cual le asomaba por la espalda el puñal que  el chico había visto que portaba momentos antes contra el adinerado gobernante.

Flin, pobre, intentó decir algo pero al abrir la boca cayeron varios dientes (luego vería que había un par clavados en la cabeza del asesino). Incluso con la trágica muerte de Ilicen y estando todo tan reciente, las personas allí congregadas soltaron una estruendosa carcajada al ver intentar al muchacho hablar con varios dientes por el suelo. Es lo que tienen las buenas y pequeñas ciudades como Siem, da igual lo que suceda, se echa a un lado y se va con otra cosa.

Un día después dieron al todopoderoso Ilicen muerto de ataque al corazón provocado por el susto que le había causado la presencia el asesino, mientras que Flin fue propuesto para nuevo gobernador debido a su heroica actuación, que según las lenguas taberneras, fue digna del mayor de los héroes antiguos. Y lo que dicen las lenguas taberneras, se cumple. Al menos en Siem.
Flin no pudo negarse a tal honor, no sin relatar su verdadera y vergonzosa versión de lo ocurrido en la habitación de la mansión y como añadidura a su sufrimiento se le cayeron todos los dientes salvo uno, un colmillo. Algunos dicen que los demás cayeron por pena de sus hermanos muertos en batalla.

Desde entonces, la región y ciudad de Siem es conocida por haber tenido como dirigente a Flin un diente, el valiente. Quizá esa no era su idea de buscar el puente de piedra, pero al final de sus días estuvo convencido de haberlo encontrado.