martes, 27 de diciembre de 2011

Flin Un Diente, El Valiente

La historia de como Flin pasó de ser llamado "ese" a "El Valiente", no es si no un tropiezo ridículo. Como cuando no te das cuenta de que un árbol está ahí, hasta que es demasiado tarde y llegas de noche a casa con bellotas enredadas en el pelo.
Flin tan solo era un chico olvidadizo y curioso. Vago de profesión. Con veinte años ya había amasado una pequeña fortuna timando vecinos y extranjeros poco avezados. Siempre buscando aventura, siempre llevando sus "negocios" al límite.
Pero no era suficiente.
La pequeña ciudad de Siem, que apenas contaba con un gobernador muy influenciable y poco trabajador, agobiaba al chico como una soga ajustada al cuello pero que no hace daño. "No hasta que me quiten el apoyo de los pies"- solía decir Flin. 
Su mirada se posaba más allá del horizonte y ni el sol más brillante lo cegaba. Tantas noches bajo las estrellas planeando cual sería su primer destino en el viaje : Gov tenía sus enormes calles del mercado, serpenteando arriba y abajo con lo cual terminabas hecho polvo de hada cuando apenas habías visto tres o cuatro puestos. En Tinsagoa se reunían cada dos meses los más ilustres mandatarios regionales para disfrutar de la danza de "La compañía de la luz inquieta", una agrupación que reunía a los mejores bailarines de toda Aliecia. Pero no es confundáis, en esta ciudad también hay gente que trabaja duramente. Podría seguir enumerando lugares donde Flin quería dar sus próximos pasos, pero solo un lugar entre todos despertaba su mayor interés.
El puente de piedra.

Un muchacho que reside en la población más pequeña de Aliecia no suele tener la oportunidad de una buena educación o de leer en exceso. Pero es en estos sitios donde, si agudizas el oído, puedes enterarte de más cosas que las que están descritas en los libros. La gente habla, las ropas hablan, los ojos hablan y Flin tenía una inherente facultad para descifrar lo que dicen esas cosas.
Sobre puente de piedra había oído mil historias y ninguna a la vez. Ni una sola vez escuchó su nombre pero él sabía que ese era el lugar "donde suceden todas las cosas".
No pasó mucho tiempo hasta que nuestro futuro héroe emprendió su viaje buscando el lugar donde suceden todas las cosas... pero al contrario de lo que ocurre en las historias de viejos, no todo sale como uno querría, así que Flin no llegó a dar un paso fuera de Siem, al menos por el momento.

El motivo por el que Flin fue encontrado junto al cadáver de Ilicen, gobernador de Siem, y otro hombre es tan simple como una despedida.

No puede decirse que nuestro joven fuese el mayor ejemplo de la decencia y quizá por eso tendía a llevarse bien con aquellos situados en el poder. Ya desde pequeño Ilicen lo había tomado como su ayudante personal para los momentos en los que iba a Tinsagoa en esos viajes de trabajo tan bien enmascarado como placer. Realmente Flin no tenía ninguna obligación salvo la de acompañar al gobernador y usar con inteligencia su labia para que este no se sintiera menos que cualquier campesino ni un solo momento del día.
Todo esto viene a encontrarse en el momento equivocado y en el lugar equivocado. O no.

Después de despedirse en la granja de su familia echó a andar hacía el centro de la ciudad. Hacía la mansión ( y diciendo mansión me quedo corto ) de Ilicen. Por el camino paró a comprar un poco de jabón de aspecto rosado con la juguetona idea de que el hombre que lo había tomado como su ayudante, comprendiera la gracia una vez él estuviera bien lejos de su alcance.
Una vez dentro de la mansión lo hicieron esperar. Pero estamos hablando de Flin. ¿Qué significa "espera"? Se coló en la primera puerta que encontró para llegar hasta el salón de invitados y desde ahí cruzó con sigilo dos salas más hasta llegar a las segundas escaleras, las cuales curiosamente solo eran de plata, para los sirvientes. Al llegar arriba entró por la segunda puerta trasera, la que usaban los cocineros para subir urgentemente algún pedido especial cuando Ilicen se despertaba en mitad de la noche con hambre.
Todo estaba a oscuras. Las ventanas cerradas y ni una vela. "Pues nada mejor que esconderse tras una cortina de rojo y dorado para asustar al bueno de Ilicen"- pensó el travieso Flin-. "Son poco más de las tres de la tarde y este hombre de soberana amplitud todavía estará comiendo"
También él había comido hace poco y una habitación cerrada a cal y canto en Siem era sinónimo de caldera. Al poco rato se quedó dormido apoyado contra la pared de piedra y arropado por el soñador rojo de las pomposas cortinas.

Cuando despertó no sabía donde se encontraba. Tardó un buen rato en abrir los ojos, desperezarse y recordar que hacía enrollado entre lo que parecían sábanas celestiales. Entonces vio desde su escondite una luz que parpadeaba en la estancia. Se preparó y salió de un salto.

- ¡¡ En nombre de Dios un gobernador que trabaj...!!

No llegó a terminar la frase pues pisó el jabón que le había traido a su amigo y que había resbalado de sus manos mientras dormía y sus dientes terminaron de hablar contra la cabeza de un hombre que armado con un enorme cuchillo hacía frente al gobernador. Antes de llegar al suelo y mientras caía, Flin vió a Ilicen sujetándose el pecho con cara de gran sufrimiento. Una vez se desplomó, todo se volvió negro.

Lo despertó quizá un rato después, quizá una eternidad, uno de los esclavos de la mina de Ilicen acompañado del alguacil y una veintena de personas que no había visto o no reconocía en ese momento. Todos asombrados, con una cara de espanto y se fijó porque.
El gobernador yacía tumbado boca abajo, obviamente muerto. Un poco más allá estaba un hombre vestido completamente de negro al cual le asomaba por la espalda el puñal que  el chico había visto que portaba momentos antes contra el adinerado gobernante.

Flin, pobre, intentó decir algo pero al abrir la boca cayeron varios dientes (luego vería que había un par clavados en la cabeza del asesino). Incluso con la trágica muerte de Ilicen y estando todo tan reciente, las personas allí congregadas soltaron una estruendosa carcajada al ver intentar al muchacho hablar con varios dientes por el suelo. Es lo que tienen las buenas y pequeñas ciudades como Siem, da igual lo que suceda, se echa a un lado y se va con otra cosa.

Un día después dieron al todopoderoso Ilicen muerto de ataque al corazón provocado por el susto que le había causado la presencia el asesino, mientras que Flin fue propuesto para nuevo gobernador debido a su heroica actuación, que según las lenguas taberneras, fue digna del mayor de los héroes antiguos. Y lo que dicen las lenguas taberneras, se cumple. Al menos en Siem.
Flin no pudo negarse a tal honor, no sin relatar su verdadera y vergonzosa versión de lo ocurrido en la habitación de la mansión y como añadidura a su sufrimiento se le cayeron todos los dientes salvo uno, un colmillo. Algunos dicen que los demás cayeron por pena de sus hermanos muertos en batalla.

Desde entonces, la región y ciudad de Siem es conocida por haber tenido como dirigente a Flin un diente, el valiente. Quizá esa no era su idea de buscar el puente de piedra, pero al final de sus días estuvo convencido de haberlo encontrado.

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